He esperado un tiempo prudencial para notar posibles cambios en los niños, para ver si la nueva rutina les afectaba en su carácter y no he tardado mucho en encontrar la respuesta.
Al principio sentía una inmensa pena y un terrible sentimiento de culpabilidad al separarme tantas horas de mi pequeña, con tan sólo 9 mesitos sabía que todavía me necesitaba mucho. De mi niño también me daba mucha angustia separarme, llevábamos 2 años haciendo todo juntos, pero pensé que al ser más mayor ya no me necesitaba tanto, sobre todo porque me lo dejaba bien claro en el parque cuando salía corriendo para irse con sus amigos y se olvidaba de su pobre madre que se dislocaba el cuello cada dos por tres, para tenerle siempre a la vista.
Pues bien, otra vez más me queda bien claro que no todo es lo que parece.
La niña se ha adaptado perfectamente a nuestra nueva rutina, si bien es verdad que los primeros días no comía demasiado bien hasta que yo llegaba, ahora come como siempre y su toma nocturna se ha vuelto a regular. Los primeros días cuando llegaba a casa se enganchaba y no se soltaba hasta que las dos estábamos en cama, ahora hace su toma y después juega un poco o se duerme según lo cansada que esté.
El niño... mi niño...pobrecito mio, él sí que me necesita aunque no lo diga. A pesar de que gracias al Dios disfruta y es feliz con sus abuelos, sé que me echa en falta, que nota el cambio de rutina y que su mamá que estaba las 24 horas del día con él, ya no está siempre.
¿En qué noto esos cambios? En su comportamiento. Todavía es muy pequeño para identificar y poder comunicar sus sentimientos, pero mamá que lo conoce muy bien, le entiende a la perfección aunque él no pueda expresarlo.
Siempre ha sido un niño muy bueno y cuando digo muy bueno es porque lo era, no es cosa de mamás, todos los que lo conocen lo saben muy bien. Pues bien ahora no sólo no obedece si no que hace lo contrario, ha empezado a tirar cosas con rabia a modo de reto, da patadas, escupe, se tira al suelo enrabietado gritando como un loco por la cosa más insignificante que haya podido pasar, se ha vuelto caprichoso y lo que más me preocupa es que me reta, pone a prueba mi paciencia de forma consciente e intenta imponer los límites.
Podría pensarse que es la temida crisis de los 2 años, pero yo sé que no lo es, esa crisis la estaba pasando ya antes de que me pusiera a trabajar y era diferente.
Además sé que no lo es porque cuando se pone así son los domingos y los martes, coincidiendo con que he trabajado los días anteriores y a partir del miércoles hasta el sábado vuelve a ser el niño que era, con sus momentos de rabietas como todo niño, pero ya deja de ser ese niño retador y caprichoso, vuelve a ser él, mi niño cariñoso, obediente y ordenado, mi niño que me abraza y me da besos, que juega con su hermana, que se divierte sólo sin pedir a gritos la presencia de su madre.
Es muy duro ver que aunque el niño está bien, sufre mi ausencia sin ser consciente, sin poder exteriorizarlo y que mamá ante este comportamiento y sabiendo que lo hace sin querer, sin poder evitarlo y pidiendo a gritos que su mamá se quede cerca, pierda la paciencia y no pueda evitar pegar algún grito que otro. Y esto me entristece doblemente, por un lado al ver que el niño lo pasa mal cuando se pone en ese estado y por otro, al ir en contra de nuestros principios al saltarme uno de los pilares en los que se asienta nuestra idea de crianza y educación, los NO GRITOS. (He de aclarar que no le grito siempre, tan sólo le he gritado en un par de ocasiones cuando el nivel de estrés alcanzaba niveles insospechados).
Resumiendo: amo a mis hijos y me duele ver que sufren y que hay situaciones en la vida que no voy a poder cambiar para evitarles sufrimiento. Sólo quiero aprender a
No hay comentarios:
Publicar un comentario